El océano Pacífico lo he visto
varias veces, pero sólo desde la orilla. Nunca lo he atravesado en barco.
Quizás alguna vez me anime a hacerlo. Pero el Atlántico es agua de otro balde.
Ese sí lo he pasado muchas veces en buques de pasajeros o de carga. Tengo en mi
memoria innumerables historias de esas travesías, las cuales voy a ir soltando
poco a poco. Aquí les va una de ellas.
Esto ocurrió durante uno de mis viajes por el Atlántico en un barco soviético.
Comenzó el viaje a finales de diciembre, o sea la fiesta de Año Nuevo me la
pasé bebiendo vodka y cantando Kalinka a coro con el Capitán y el Comisario
Político. No recuerdo el nombre del buque, pero era de carga. Yo iba de único
pasajero desde La Habana a Kaliningrado. El viaje se demoró un total de 30 días
con escalas en Nícaro y Szczecin.
En Nícaro el barco recibió una carga de mineral destinado a Polonia. Yo no
presencié la operación porque me había ido a visitar a una amiga que estaba
acampada haciendo no sé qué trabajo voluntario en la agricultura de un pedregal
cercano. Regresé en la tarde y felizmente zarpamos en dirección noreste hacia
el Canal de la Mancha.
Una noche, a la altura del Golfo de Vizcaya, nos atacó una tormenta feroz, y
yo, que soy amante de las emociones extremas, subí al puente de mando para
sentir mejor los bamboleos de la nave. Allí me encontré con algo inesperado, el
segundo de a bordo estaba cuidando el timón y le corrían lágrimas abundantes
por sus cachetes rosados. Me contó una historia bastante excitante dadas las
condiciones en que yo la estaba escuchando.
No hay carga más peligrosa para un barco que el mineral pesado a granel. Si se
deja una loma del mismo en la bodega, ésta puede correrse hacia un lado durante
la primera inclinación provocada por una ola gigante y después el barco se
sigue inclinando más y más en esa dirección inicial hasta que se vira
totalmente. Para evitarlo, después de cargar el mineral, se introduce en la
bodega un pequeño tractor con su operario para aplanar completamente la carga y
evitar su corrimiento durante una posible tormenta.
El asunto era que el segundo de a bordo estaba encargado de controlar la carga
y como se había ajumado aquel día en Nícaro, no se acordaba si habían metido al
tractorista adentro o no. Yo le rogué que tratara de recordar o por lo menos
que me mostrase como subir a los botes salvavidas. El tipo seguía llorando y me
confesó que hacía un año, por otra borrachera, había sido bajado de primero de
a bordo, responsable de navegación, a segundo y que si ahora se hundía el
barco, lo iban a botar de la flota. Yo traté de consolarlo diciéndole que si se
viraba el buque en esa tormenta no era probable que sobreviviera, así que no lo
iban a poder echar de ningún lado. Parece que el tío no entendió mi
razonamiento, porque empezó a llorar más fuerte todavía.
Así siguió derramando lágrimas hasta que al fin amainó la tormenta y se tomó un
vaso de vodka que le traje de mi camarote...
Pues yo de ti le hubiese dado dos sopapos y se le va la borrachera. Supongo que la forma de organizar y asegurar la carga de un barco debe ser sumamente importante a la hora de afrontar una tormenta. Leí en una novela que se debe asegurar muy bien para que no se desplace de un lado a otro.
ReplyDeleteUna historia apasionante, amigo Jorge,bien escrita, y bien llevada. Un abrazo.
Responsabilidad, pensar que vidas dependen de uno, es suficiente borrachera como para además meterle vodka.
ReplyDeleteUna anécdota inquietante, amigo Jorge.
Un abrazo.