Friday, August 24, 2012

Romance en el Cáucaso

Hacía mucho tiempo que estaba oyendo decir que el Cáucaso era un lugar maravilloso y por fin, este verano, decidí hacer el viaje durante mis dos semanas de vacaciones.

Había pasado un día completo en el tren Kiev-Nievinnomyssk. Estaba llegando a mi destino, después de pasar la bella ciudad de Armavir, cuando decidí echarle una mirada al paisaje. Atravesábamos un campo extenso sembrado de arbustos florecidos. Por uno de los surcos iba un hombre que llevaba un perro atado con una correa por el pescuezo. El perrazo corría con afán y el hombre lo perseguía sin soltar la correa. Los dos iban desnudos, una capa amarilla de polvo los cubría por completo. Cuando llegaron a la línea del ferrocarril doblaron por el surco contiguo y siguieron corriendo, brindando la vista trasera de su desabrigo. Después supe que esa era la forma que utilizaban los locales para recolectar el polen. Luego se raspaban la piel y con el polvillo preparaban un narcótico muy fuerte. Al perro también lo raspaban. Resulta que ese corre-raspa es un negocio redondo. Si alguien se anima por lo exótico del caso, para hacer plata, o para ver a la pareja escotada, les informo que esas plantas florecen a finales de julio...

Llegué a la estación de Nievinnomyssk a eso de las once de la noche y allí tenía que esperar otro tren que me llevara a la ciudad de Cherkessk y que salía a las cinco de la mañana. Para el que no lo sepa y tenga interés en saberlo: no hay otro lugar en el mundo que supere en mal olor a una estación de trenes en aquellas regiones. Es verdad que los pobladores del Cáucaso no tienen la costumbre del baño diario, ni del semanal tampoco, pero esa no es la verdadera causa. El problema es que por allá la gente para descansar suele quitarse las botas. Tratando de tomar un poco de aire fresco, fui a dar un paseo y me topé con un tren en la línea de reserva con un letrero al frente que decía "Nievinnomyssk-Cherkessk". Pregunté al mozo de uno de los vagones que andaba medio despierto si ese era el tren de las cinco. El contestó afirmativamente y con algunas monedas resolví la noche dentro del vagón, durmiendo sobre sábanas limpias y sin calcetines aromáticos al alcance de mi nariz.

El mozo emprendedor y amable me despertó cuando estábamos a punto de llegar a Cherkessk. Saliendo del tren, ya podía ver las lomitas del Cáucaso, que no me impresionaron mucho. Al lado de la estación me esperaba un mini-autobús para llevarme al campamento de turismo. Ibamos por la carretera de Dombay. La serpentina del camino subía contra el curso del rió Kubañ. Nunca antes había visto una corriente de agua más impetuosa, ni con un nombre más difícil de pronunciar. La altura aumentaba gradualmente hasta que comenzamos a ver las verdaderas montañas. En unas tres horas llegamos al campamento. Enseguida me dieron un buen almuerzo, una tienda de campaña y una mochila gigante. Pasé bien el examen médico y me apuntaron en el grupo de los novatos. Salí a pasear por los alrededores y me topé con un monte repleto de frambuesas silvestres, inmensas y jugosas. Me sentía feliz en medio de aquel lugar lleno de frutas y aire puro.

Cuando empezó a oscurecer regresé al campamento. En la placita central alguien había hecho una hoguera gigante y los turistas comenzaban a reunirse a su alrededor. Algunos trajeron guitarras y estuvimos cantando hasta tarde en la madrugada. Cuando se extinguió la llama de la hoguera, nos fuimos a dormir. Yo no tenía sueño, quizás debido a tantas impresiones a la vez. Salí a contar las estrellas. Una rusita salió de la tienda de campaña vecina y me pidió que le enseñara a rezar el Padre Nuestro en castellano, después se empeñó en conocer otras oraciones populares, y acabé enseñándole a pronunciar con acento gallego el catecismo completo.

Para la siguiente mañana habían programado la primera excursión de tres días a no sé que lago celestial. Yo no estaba en condiciones de ir a ningún lado y me quedé durmiendo en el campamento. Para suerte mía, a la rusita le pasó lo mismo, así que después de un almuerzo ligero, nos fue posible seguir practicando nuestra fe apostólica. No sé que hubiera hecho otro, pero yo perdí todo interés en el turismo. Fueron dos semanas inolvidables, aquellos días de locura con la preciosa beata.


http://tourlife.clan.su/publ/gornyj_turizm/peshij_pokhod_po_zapadnomu_kavkazu_ushhelja_rek_makhar_i_gondaraj/5-1-0-27

Tuesday, August 21, 2012

Castigo Del Cielo

Se llama Porfirio, igual que llamaban al famoso casanova dominicano, pero en el nombre terminan las similitudes, ninguna mujer ha perdido el sueño por compartir su cama. Nuestro hombre es un simple empleado del gobierno, un burócrata más, menudo, de moco caído, farsante, pedante y sombrío. Todas las mañanas llega a tiempo al trabajo, con la nariz empinada, la corbata bien amarrada al cuello de la camisa y la mente llena de malas ideas.

La oficina no es gran cosa: una hilera de cuartos pequeños, en cada uno de los cuales hay un escritorio, butacas viejas para los visitantes y un armario lleno de archivos polvorientos. El techo alto ayuda a mantener fresco el local. Dos cordones eléctricos bastante gruesos y estirados pasan junto al cielo raso a través de todas las habitaciones y sirven para alimentar lámparas de luz fría, dos por habitación. Cada una de ellas está cubierta por debajo con una reja de metal, que constituye el principal ornamento de aquel ambiente aburrido.

Un día, algo falló con la luz en uno de los cuartos y llamaron al electricista. El técnico se encaramó en su escalera plegable para estudiar el problema de cerca y empezó a mover los cables, pensando que se trataba de un mal contacto. Porfirio estaba a dos cuartos de distancia, totalmente ajeno a los esfuerzos de reparación, negando por costumbre la petición al visitante de turno. El caso fue, que con el temblequeo de los cables, se desprendió la reja de una de las lámparas, golpeando la cabeza de Porfirio. La acción combinada del gran peso del artefacto, la ley de la gravedad y la distancia recorrida, hubiera matado a cualquier descreído, pero nuestro amigo era un gran devoto y sólo perdió el conocimiento. Su cabeza calva quedó bien cuadriculada, aunque sin huellas de sangre. El visitante, al ver al odiado burócrata en tan mal estado, salió del cuarto sigilosamente. Después pensó que pudiesen acusarlo de algún delito grave y regresó, para llamar compasivo a la ambulancia.

El enfermo logró recuperarse de la conmoción cerebral y el espasmo de los glúteos en el hospital y pudo regresar a la oficina una semana más tarde. Desde entonces, antes de sentarse a trabajar, Porfirio levanta sus ojos al techo, bien para agradecer la ayuda del Creador, bien para comprobar la posición de la lámpara.


Wednesday, August 15, 2012

Medicina Tradicional

No sé dónde habré leído que los pueblos tienen el gobierno que merecen. No creo que sea verdad. No estoy seguro. De política no hablo. En boca cerrada no entran moscas. No vayan a pensar que soy algún cobarde. Yo soy un tipo de pelo en pecho. También tengo pelos en la espalda y en el resto del cuerpo, excluyendo las plantas del pie, las palmas de la mano y la piel que cubre el casco de la sesera. Díganme ustedes por favor, ¿qué habremos hecho los andaluces para merecernos este abrigo natural durante nuestros veranos infernales? O, ¿qué culpa tienen los escandinavos y rusos de ser lampiños en sus climas glaciares? Que alguien me diga después que la Naturaleza es sabia.

Claro, la medicina sí se acomoda a las condiciones locales. Cuando en mi país te enfermas de pulmonía, atacan el padecimiento con inyecciones de antibiótico. El único peligro es que se te infecte la base de algún pelillo en el mapamundi y tengas estar un tiempo sin poderte sentar. En los países nórdicos tratan de no abusar de la química y para ese malestar te recetan ventosas, que son unos pomos de cuello ancho, los cuales se calientan con una antorchita de algodón para pegarlos a la espalda. Por un efecto físico no muy complicado, el pomito chupa la piel para atraer la sangre a la región afectada. Los chupones le dejan la espalda a la gente con unos chichones rojos como para no ir a la playa durante un año. Pero, ¿a quién puede interesarle la playa en aquellos parajes?

Los verdaderos problemas ocurren cuando se cruzan los cables. Hace no mucho tiempo un coterráneo mío se encontraba en Moscú haciendo no sé qué negocio y pescó una neumonía durante las ventoleras de febrero. La enfermera, muy hábil por cierto, no podía conseguir que los pomitos succionaran el pelambre. Ella, con razón, trató de acortar el camino del pomo caliente al cuerpo para conservar al máximo el vacío creado por el calor. Por desgracia, para lograrlo, tuvo que acercar también la antorchita a la espalda de mi amigo. Todo ocurrió en un santiamén: la fogata de pelos fue espantosa. Por suerte la enfermera tenía a manos un jarrón de agua fría...

Ahora el hombre está tratando de involucrarme en un comité de derechos humanos contra las ventosas y los parches de mostaza. Tendría que pensarlo, eso huele a política...