Tuesday, August 21, 2012

Castigo Del Cielo

Se llama Porfirio, igual que llamaban al famoso casanova dominicano, pero en el nombre terminan las similitudes, ninguna mujer ha perdido el sueño por compartir su cama. Nuestro hombre es un simple empleado del gobierno, un burócrata más, menudo, de moco caído, farsante, pedante y sombrío. Todas las mañanas llega a tiempo al trabajo, con la nariz empinada, la corbata bien amarrada al cuello de la camisa y la mente llena de malas ideas.

La oficina no es gran cosa: una hilera de cuartos pequeños, en cada uno de los cuales hay un escritorio, butacas viejas para los visitantes y un armario lleno de archivos polvorientos. El techo alto ayuda a mantener fresco el local. Dos cordones eléctricos bastante gruesos y estirados pasan junto al cielo raso a través de todas las habitaciones y sirven para alimentar lámparas de luz fría, dos por habitación. Cada una de ellas está cubierta por debajo con una reja de metal, que constituye el principal ornamento de aquel ambiente aburrido.

Un día, algo falló con la luz en uno de los cuartos y llamaron al electricista. El técnico se encaramó en su escalera plegable para estudiar el problema de cerca y empezó a mover los cables, pensando que se trataba de un mal contacto. Porfirio estaba a dos cuartos de distancia, totalmente ajeno a los esfuerzos de reparación, negando por costumbre la petición al visitante de turno. El caso fue, que con el temblequeo de los cables, se desprendió la reja de una de las lámparas, golpeando la cabeza de Porfirio. La acción combinada del gran peso del artefacto, la ley de la gravedad y la distancia recorrida, hubiera matado a cualquier descreído, pero nuestro amigo era un gran devoto y sólo perdió el conocimiento. Su cabeza calva quedó bien cuadriculada, aunque sin huellas de sangre. El visitante, al ver al odiado burócrata en tan mal estado, salió del cuarto sigilosamente. Después pensó que pudiesen acusarlo de algún delito grave y regresó, para llamar compasivo a la ambulancia.

El enfermo logró recuperarse de la conmoción cerebral y el espasmo de los glúteos en el hospital y pudo regresar a la oficina una semana más tarde. Desde entonces, antes de sentarse a trabajar, Porfirio levanta sus ojos al techo, bien para agradecer la ayuda del Creador, bien para comprobar la posición de la lámpara.


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