Thursday, November 22, 2012

El Fantasma

Tenía abultados los bolsillos después de concluir un par de buenos negocios y, para no llamar la atención de algún ratero, decidí comprar una casa de campo. Pedí cooperación a un amigo y éste dijo que en su aldea natal acababa de morir de borracheras un parroquiano y que la hermana de aquel, vecina y única heredera, estaba vendiendo la casa del alegre difunto.

Yo nunca había creído en apariciones ni cosas por el estilo, así que fui de inmediato a dialogar con la vendedora. Ella, después de mostrarme la casa y el terreno, todo muy bueno por cierto, pidió por la propiedad un precio razonable. Yo le dije, poniendo mi mejor cara de idiota y con lágrimas en los ojos, que aquello valía mucho más de lo que estaba pidiendo, pero por desgracia mi riqueza no llegaba a tanto. La mujer quedó perpleja por mi actitud tan poco tradicional para los cambalaches y aceptó el trato en mis condiciones.

Empecé a visitar mi nueva casa los fines de semana. Las horas del día las pasaba alegremente cultivando verduras, recolectando frutas de los árboles o limpiando el escusado. Pero las noches no eran de mi agrado. Creía oír quejidos y balbuceos por doquier, aunque, con ayuda de mi valentía y unas buenas píldoras, lograba dormir a pierna suelta.

Al caer el invierno dejé de visitar la casa, ya que de todas maneras no tenía nada que hacer por allá. Pero aquel viernes sentí una gran nostalgia por el aire puro que se respiraba en la aldea y quise pasar un fin de semana en mi cabaña. Cuando llegué ya estaba anocheciendo. En la casa hacía tanto frío que me temblaba el estómago. Fui al cobertizo a buscar leña para la estufa y ahí estaba él, tirado encima de los maderos, de cara a la pared y, por suerte, no se movía. No es que yo sintiera miedo en aquel momento, pero sí un gran respeto por lo que aquella aparición pudiera significar para la ciencia. Quería correr, pero las rodillas se me doblaban. Fueron momentos palpitantes. Al fin, no sé de donde saqué fuerzas y me alejé despacio, caminando de espaldas para no perder de vista aquella figura tétrica.

No entré en mi casa, por si las moscas. Fui directo a ver a la vecina y, tratando de ser sensible, le dije con mucho tacto que el espíritu de su hermano estaba acostado tranquilamente en mi cobertizo. Aquella mujer campesina enfureció de repente y salió disparada hacia mi casa gritando palabras no publicables dirigidas a todos los borrachos empedernidos de su cabrona familia. Al poco rato la vi regresar llorando, con su marido a cuestas…

1 comment:

  1. Me has llevado intrigada hasta el final. Muy bueno, me ha gustado mucho, para nada esperaba ese desenlace, jajajaja.
    Un saludo.

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